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El inenarrable olor a Champions

Hoy me he despertado y presagiaba que no era un día cualquiera. Normalmente, a las horas que me alzo no suelo saber directamente nada, pero en mí había algo agitado, un deseo irrefrenable e indómito de que arribe el crepúsculo. La Copa de Europa, la Champions League, la Copa de Campeones, tíldala como quieras pero disfrutala. Vuelve uno de los mejores galardones del mundo y creo que es motivo suficiente para dedicarle unas líneas. 

Una sensación única

A mediados de diciembre, la Copa de Europa se divorcia de todos nosotros, nos deja tirados, como quién te pide un tiempo para que no se marchite la flor del amor y parece no tornar. Los meses de espera son eternos y molestos, pero vuelve. Y mejor que nunca. La Champions es ese San Valentín para los solteros que siempre deleita con obsequios y dádivas de todo tipo. Cuando un ser, imposibilitado de comprender la grandeza del fútbol y del trofeo, me interpela y me demanda explicaciones de por qué charloteo tanto sobre esto, es curioso, pero me quedo sin palabras. Esa sensación, de no hallar un adjetivo preciso que la defina, es incómoda pero agradable, una dosis de morfina en vena. 

La esplendorosa competición

Uno de los rasgos claves de la idiosincrasia de esta competición es su excepcionalidad. El buen perfume se vende en frasco pequeño. Esta peculiaridad, la de ver pocos partidos entre los gigantes en mucho tiempo, llena de vida al espectador. Son noches mágicas, justas llevadas al sumo de épica y a la cúspide de la heroicidad. Sin embargo, la UEFA pretende normalizar este tipo de contiendas, legitimar la llamada ‘Superliga Europea’, que consentiría duelos entre gigantes del viejo continente cada fin de semana, sí, se disputaría en días festivos, cosa que coadyuvaría aún más a los beneficios, el fin último de su creación. Dinero de por medio, para variar. Otear un Liverpool-Madrid o un Barcelona-Juventus es algo tremendo, pero que cada hebdómada se repitan destrozaría la belleza y el donaire del torneo. 

La Champions es algo soberbio, fabuloso. Esos martes fantásticos, llenos de historias que narrar y jugadas que comentar al día siguiente en la escuela, esa eliminación lacerante que te encamina al lecho con los ojos llorosos, huyendo de la realidad, de lo que ha sido, por un momento, la cuestión más importante de las menos importantes. El pensar que, hasta la primavera ulterior, no vas a tener oportunidad de levantar el galardón, te aterra, pero esa espera, ese lapso de tiempo que hay entre la eliminación y la opción de vencer, es la majestuosidad de la Copa de Europa, y que nos quiten esto, verdaderamente, sí atemoriza. 

Recuerdos imborrables

Pese a mi corta edad, recuerdo partidos que nunca se me olvidarán. Las galopadas de Bale en el Tottenham ante el Inter, la noche de Ronaldo Nazario en Old Trafford, el ‘Iniestazo’, la final en Estambul entre Liverpool y Milan, el ‘EuroMálaga’, las gestas históricas del Madrid de Zidane, entre muchísimos otros más que están grabados en mi mente. Cuando la competición está bonita, gozo como un mocoso, no hay pesadumbre que tenga cabida en mi testa, somos la Champions y yo, no necesito a nadie más. 

No existe ‘Brexit’ que nos pueda separar. Se acerca el ocaso, pocos son los minutos que restan para el inicio, corro como Fernando Torres en el Camp Nou para sacar la pizza del horno y la parto con la misma elegancia que Pirlo maravilló al Bernabéu. Suena ‘el himno’, la melodía más hermosa que todo futbolero tararea en un idioma inventado o parecido al esperanto, pero todos, al fin y al cabo, conocen. Todo listo, vuelve la Liga de Campeones.

Foto de la portada |@ChampionsLeague

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