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El antagonista incomprendido

¿Qué es lo que más gusta del fútbol? Normalmente es celebrar un gol. El sentir la adrenalina, el temblor en las piernas, los golpes en la mesa cuando notas que está cerca. El grito de rabia y alegría cuando ves que el balón está dentro. Y ver cómo el delantero, extremo, centrocampista o defensa de tu equipo corre celebrando el tanto, mientras tú lo haces en la tuya.

Pero hay un tipo que tiene especial interés en evitar que sientas todo eso. Un tipo cuyo trabajo esencial es que no grites de alegría sino que lo hagas enfadado. Suspirando mientras niegas con la cabeza. La primera reacción del aficionado es pensar en él, pero luego rápidamente se fijará en el jugador de su equipo que no pudo hacer gol. Y analizará porqué falló. “Definió tarde”, “mal control”, “la tenía que haber pasado”, “ahí es con el interior y no con el exterior”, “tenía que asegurar y buscó lucirse”… Pero la realidad es que el balón no entró por culpa del tipo que no quiere que celebres, el portero.

La RAE define antagonista como “Personaje que se opone al protagonista en el conflicto esencial de una obra de ficción”, si extrapolamos esto al fútbol y nuestra obra de ficción es un partido, el claro antagonista es el portero. El tipo que quiere todo lo contrario a los demás.

El antagonista incomprendido

Nuestros protagonistas son los diez jugadores de campo que tiene cada equipo, y todos y cada uno de ellos buscan el más preciado tesoro: Superar al antagonista y lograr el gol.

Empezamos desde atrás, con los laterales. Tipos como Marcelo o Roberto Carlos hicieron goles importantísimos en la historia del Real Madrid. Jordi Alba ha sido fundamental con el Barcelona y con la Selección Española. Robertson y Alexander-Arnold son vitales en este Liverpool tan maravilloso que ha diseñado Klopp. Y su trabajo era y es mucho más importante en ataque que en defensa. El sistema ya se ocuparía de arreglarlo.

Los centrales son la diana a la que suelen ir la mayoría de los córners, aunque si tienen buen golpeo se encargan muchas veces de las faltas. Koeman haciendo campeón de Europa en el 92’ al Barcelona, Ramos dando grandes alegrías al Real Madrid o Godín dando una liga de ensueño al Atlético de Madrid son buenos ejemplos.

Si hablamos de centrocampistas ya la cosa se dispara. La obra maestra de Pep Guardiola en el Manchester City es un Kevin De Bruyne que lo hace todo bien, incluidos los golazos. Si nos fijamos en Nápoles, Marek Hamsík era el máximo goleador de la historia del club hasta que este año Mertens le arrebató semejante récord. Seis goles más que Maradona hizo el esloveno. Casi nada.

Y luego están los delanteros. Messi, Cristiano Ronaldo, Ronaldo Nazario, Robert Lewandowski, Gabriel Omar Batistuta, Miroslav Klose, Radamel Falcao, Bebeto, Alan Shearer y una extremadamente larga lista de goleadores y leyendas que viven y vivieron del gol.

Llegadores, jugada ensayada, libre directo, de chilena y de mil formas más. Esos diez jugadores de campo tienen todo a su favor para hacer goles. Y eso que no hemos hablado de los Pelé, Maradona, Cruyff, Torpedo Müller y el resto de las leyendas del gol. Eso otro día. Hoy toca el enemigo número uno de todos ellos.

Privilegiados con gol

El portero rara vez tiene ocasión de hacerlo. A la desesperada en el último minuto a balón parado, como hizo Alberto Brignoli para sumar el primer punto de la historia del Benevento en Serie A, si eres Chilavert de falta o penalti, y si te sonríe la suerte, chutando desde tu área, aunque esto es más difícil. Pero es que ellos no quieren, ellos lo que quieren es mantener su portería a cero.

Brignoli celebrando su gol ante el Milan | Foto: beneventocalcio.club

Dos palos y un larguero. Algo más de siete metros de ancho y casi dos metros y medio de alto. Y en medio, el único jugador que la puede tocar con las manos. Y de largo, el menos valorado de todos.

 ¿Por qué? Porque la gente no les entiende

Nuestro antagonista, el portero, tiene la suerte de poder sentir todo lo que los demás sentimos al celebrar un gol, y además puede disfrutar de otras sensaciones igual de buenas, reservadas sólo para ellos.

Ese instante tras parar un penalti en el que ni celebra, porque es una tarea que necesita tal concentración que sólo puede pensar en la siguiente jugada, ya sea el rechace o el córner de turno. El silencio que se genera entre que toca con las yemas un balón a la escuadra que todo el mundo espera dentro, y el “uuuuuuuuuuuuy” de la grada. La incredulidad y el orgullo de hacer una parada de las catalogadas imposibles. La sensación de invencibilidad cuando tiene un partido redondo y sabe no va a encajar, sea quien sea el delantero, y casi está deseando que le sigan chutando.

Pero eso es sólo una parte. Como antagonistas que son, llevan la contraria hasta en lo más básico. Para todos lo importante es el juego con los pies, pues para ellos lo más importante son sus manos. Manos que usarán bien si saben utilizar el resto de su cuerpo, claro. Porque tienen que ser ágiles, elásticos, rápidos, listos. Y sobre todo mentalmente sólidos.

Loris Karius era un buen portero con un gran futuro por delante. Pero las críticas y las dudas le acabaron generando inseguridades de tal calibre que no sólo abandonó el Liverpool, sino que se quedó sin ofertas, teniendo que recalar en el Besiktas turco. Saber superar un error o encajar una crítica es algo vital.

El duelo mental

Donde la mente cobra más peso es en los penaltis. Antagonista contra protagonista. El que va a patear lo tiene más fácil, si le pega bien tiene muchas más opciones de hacer gol, al fin y al cabo son más de siete metros de ancho y casi dos metros y medio de alto. El guardameta tiene muy pocos segundos para recordar lo estudiado y decidir dónde va a tirarse y porqué. ¿Abajo o arriba? ¿Me quedo plantado? ¿La cruzará o buscará el lado bueno de su pierna? ¿Voy con dos manos o con una?

Todo esto tiene que decidirlo sin dar la más mínima muestra de debilidad, para generar confianza y hacer así dudar al pateador. Luego sólo queda aguantar la respiración y pensar que todo lo que has decidido está bien.

En seguida volvemos al punto en el que nuestro portero se dispone a parar el penalti, pero maticemos un asunto que mucha gente no comprende. El portero cuando hace una parada, ya sea arriba, abajo ajustada al palo, a la escuadra, a mano cambiada, con intención de blocar o abriendo todo lo posible las manos para llegar con las yemas a ese balón que parece alejarse, lo hace saltando hacia adelante. Esto es básico. Es de las primeras cosas que te enseñan, para evitar que te rompas los dedos contra el palo por estar en la misma línea, por ejemplo. Pero además es para abarcar más, para llegar hasta esos lugares imposibles o sumamente ajustados. Porque podemos mover con naturalidad nuestro pie arriba y abajo, pero no de la misma forma de lado, porque tenemos tobillo.

Esto cobra mucha importancia por esa famosa nueva norma, que en realidad ya existía: El portero debe tocar la línea de gol con alguna parte de su cuerpo a la hora de detener un penalti.

Volvamos al nuestro

Si tiene que estar tocando la línea en el momento de pararlo, nuestro portero sólo tiene dos opciones. La primera es meterse dentro de la portería y saltar hacia adelante, como haría de forma natural, aunque ahí se arriesga a pararla dentro, cosa que no parece tener mucho sentido. La segunda es saltar rompiendo con todo lo enseñado, sabiendo que llegar es misión imposible porque el movimiento no está bien hecho.

El mejor ejemplo de esto es lo sucedido en el Barcelona 2-2 Atlético de Madrid. Ter Stegen le detuvo un penalti a Diego Costa, y tenía el pie unos 3 centímetros por delante de la línea. Y se mandó a repetir. Si te tomas la molestia de revisar la mayoría de partidos donde un portero para un penalti, podrás comprobar fácilmente que, en casi todos, nuestro antagonista está por delante de la línea. Porque es lo lógico.

Pero para colmo no es que lo manden a repetir (que la norma es la norma, dicen algunos), sino que se “repite” con otro lanzador. ¿Cómo que repite? Eso es otro penalti completamente diferente. Con todo en contra para nuestro antagonista, otra vez. Y lo escandaloso además es que lo tiró Saúl, que ni siquiera tiene la misma pierna buena que Diego Costa. Básicamente le pedían un milagro al portero del Barcelona, como si aquello fuese fácil. Pero es portero, es el antagonista.

Cuando la norma deja de ser norma

Aunque hay casos extremos, por supuesto. Porteros que detienen el penalti casi en el borde del área pequeña, dos metros por delante de la línea, como Herrerín en dieciseisavos de Copa del Rey ante el Elche. Eso no es un salto natural, sino aprovecharse de la posición. Y también está mal. Si el árbitro no manda a repetir, haya o no VAR, casos como ese, la norma deja de ser norma y se aplica sólo cuando el colegiado quiere y no cuando ha de aplicarse. Como la paradinha.

Es justamente eso, este tipo de normas están diseñadas para dar espectáculo, y para hacerle la vida imposible a nuestro protagonista antagonista. Porque hacer la famosa paradinha está prohibido desde hace muchos años y no sé si alguno ha visto penaltis que se repitan si acaban en gol por paradinha. Porque acaba en gol, y la gente no entiende que parar la carrera a la mitad, justo antes de tirar, desequilibra al portero y rompe su concentración ante lo que le viene. El antagonista vence a un lado y el jugador, protagonista, tira al otro. Imparable.

El fútbol quiere favorecer al espectáculo, al gol, pero un gran equipo necesita un gran portero. El fútbol y la forma en que los árbitros aplican el reglamento en contra de los guardametas, sigue necesitando porteros. Porque los porteros son fútbol.

Totalmente necesarios

Hablamos antes de Karius, pero es que sin Alisson el Liverpool no sería campeón de Premier League 30 años después o vigente campeón de la Champions League. Sin Casillas, España no sería campeona del mundo. Sin Buffon, Italia no habría sido campeona del mundo en 2006. Pep no habría construido este Manchester City sin Ederson. Sin Valdés, no existiría el Barcelona que conocemos. Sin Neuer, el Bayern no mantendría su tiranía en el fútbol alemán. Croacia llegó a la final de un Mundial, y en gran parte gracias a Subasic. Sin Courtois, el Atlético de Madrid no habría sido campeón de liga. Sin Schmeichel, el Leicester City no habría logrado la mayor gesta de la historia del fútbol moderno. Y esto hablando de porteros que están casi todos aún en activo.

Manuel Neuer haciendo una de las suyas ante el RB Leipzig | Foto fcbayern.com

Los porteros ganan ligas, copas, torneos internacionales a nivel de clubes y selecciones. Pero no sólo eso. Los porteros te clasifican a Champions League. A Europa League. Te salvan del descenso o te mantienen vivos en luchas de las que no sabes si saldrás vivo.

Paradas frente a goles

Pero no hacen goles. Sus paradas tienen que ser de un nivel mágico para que sean la noticia. Y si no son vistosas, aunque sean de un nivel alcanzable por muy pocos, olvídate de que hable de ellas. Pero, ¡ay amigo, como cometan un error! Ahí sí que se habla de ellos, se les critica, se ríen de ellos y hasta copan portadas. David De Gea es el mejor ejemplo. Durante años manteniendo con vida un proyecto moribundo como el del Manchester United y siendo uno de los mejores porteros de Inglaterra, teniendo el récord de más paradas en un partido de Premier League, pero aquí sólo sale en las noticias cuando comete un error. Que no tiene manos, dicen algunos.

El fútbol es casi perfecto, pero está el pero de los porteros. Penaltis, paradinhas, duelos mentales… Que se crease un Balón de Oro para porteros (Trofeo Yashin) fue el grito a los cuatro vientos del fútbol moderno explicando que para ellos un portero no puede llegar a ser el mejor jugador del mundo. Porque nuestro antagonista parece un jugador, pero para ellos es otra cosa.

Pasan los años, pero Gigi Buffon sigue dando alegrías a la Juve | Foto: @gianluigibuffon

Por vosotros, porteros

El desconocimiento hace que no se les valore como quizás merecen. Por eso esto es un canto a favor de ellos, de esos antagonistas incomprendidos, que trabajan en la sombra para que celebremos permanencias o títulos, que salgamos a la calle a darlo todo porque ganó nuestra selección o simplemente para que disfrutemos emocionados, con tensión, mientras esperamos gritar el gol de nuestro equipo. Con rabia y alegría, soltando la adrenalina y acabando con el temblor de las piernas.

 

Foto de portada: @mterstegen1

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