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Kevin De Bruyne, un envidiable ganador

El encuentro del Manchester City en el Santiago Bernabéu no se entiende sin la figura de Kevin De Bruyne. El belga volvía a deleitarnos con un recital a la altura de pocos en la élite, pero esta vez Europa fue testigo. Pasaban los minutos en Concha Espina y en mi interior afloraba con agudeza la necesidad de dedicarle unas letras, unos versos que dilucidaran su talante, su manera de hacer y deshacer. 

Una criatura perversa

Hay jugadores que tan solo necesitan dos contactos con el esférico para discernir que son especiales, diferentes. Un espécimen de este grupo envidiable y selecto, tocado por una varita es Kevin De Bruyne. Bajo ese pálido disfraz de niño dócil y educado, se esconde Mefistófeles de nacionalidad belga, una criatura distinta, capaz de lucir en el ocaso, de convertir una dulce y mansa noche en zozobra y desasosiego. En su naturaleza predomina el entendimiento del espacio-tiempo. No ha empezado la contienda que el adalid mancuniano ya ha explorado el hueco que dispondrá y que precisará para liquidarte. Conoce todo lo que sucede a su alrededor, habita en un déjà vú constante, parece disponer de la máquina que descifró el Enigma en la II Guerra Mundial, y que le permite saber los movimientos del bando enemigo. Vive en la penumbra para degollarte cuando más sosiego habita en tu interior. Este rasgo de índole superior a la de muchos mortales le consiente divisar y experimentar pases que, a simple vista, nadie otea. Inimaginables conexiones que esboza su áurea cabeza y que cuando las ejecuta cobran sentido. 

Las apariencias engañan

Sus compañeros le apodan ‘tumble dryer’, algo similar a ‘secadora’ por su conducta extrafutbolística. Todo lo tímido y árido que es fuera del verde, se transforma en alegría y júbilo dentro. Su capacidad para acelerar los ataques roza la perfección, te baila tango con la ‘Lacrimosa’ de Mozart. Su físico, aparentemente, bruto y tosco se convierte en liviano y en pura aceleración. Una conducción, que se presagia lenta, acaba con los rivales arrastrándose tras su sombra y él, feliz, cabalgando con una zancada imperial sobre el pasto, con la cabeza erguida y con un dominio abrumador de la pelota. Es un superdotado. Asimismo, su toma de decisiones denota una madurez y comprensión del juego inaudita a en sus veintiocho primaveras. Pocos controles, movimientos y pases le ves errar, parece cómico pero constantemente encuentra una solución a los problemas. Quizás deberíamos plantearnos votar al bueno de Kevin en las siguientes elecciones o, quizás, nombrarle fautor de Greta Thunberg en el rompecabezas ambiental. 

Madurez y polivalencia

Mientras se lo piensa, seguiremos hablando de su talento futbolístico. Su idiosincrasia y rasgos físicos y técnicos le permiten jugar en un amplio abanico de posiciones, sobre todo aquellas que le permiten ocupar el carril central. Es un centrocampista completísimo, desempeña muchas funciones y no desentona en ninguna. Presenta la misma facilidad para jugar en todas zonas del campo. Kevin De Bruyne es la isotropía personificada, no depende de ninguna dirección o posición para mostrar su potencial. Es lo que tienen los buenos. Su tiro lejano es un escándalo, sus gestos que preceden al chute son elegantes y sutiles, pero la violencia que le imprime a la pelota, convierte a sus disparos en obuses indetectables para el meta rival.

En el crepúsculo que hizo brillar Madrid asistió y anotó, de penalti. De los ‘gigantes’ europeos, el Manchester City, probablemente, sea el equipo que más penas máximas haya errado esta temporada, es anecdótico a la vez que preocupante. Kevin De Bruyne, con tan solo cuatro lanzamientos desde los once metros en toda su carrera (tres dentro, uno fuera), tiró de galones, asumió el riesgo que nadie quería adjudicarse y, luchando contra la psicología y los fantasmas del pasado, lo anotó en uno de los estadios que más impresiona del viejo continente. Es un ganador. Un envidiable ganador. 

Foto portada | @ChampionsLeague

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